miércoles, 23 de noviembre de 2011

2.2.1. Tecnologías de la Información y la Comunicación en Educación

El avance científico de la sociedad actual genera la rápida obsolescencia de los saberes, lo cual determina la necesidad de la renovación y actualización permanente de quienes ya no acceden de manera regular al sistema educativo, a fin de mantener la competencia profesional que les permita el desempeño de sus funciones de manera eficiente. Los métodos tradicionales de instrucción no garantizan la superación del personal, por lo que es fundamental, romper las limitaciones espaciales y temporales del aula, para ofrecer a un gran número de personas la posibilidad de aprender, enseñar o compartir desde cualquier lugar del mundo y en cualquier momento. Así, ante las crecientes demandas de una formación continua, que permita a los ciudadanos afrontar las exigencias de la sociedad del conocimiento, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) se constituyen en un potencial para proporcionar formas de aprendizaje sin restricciones de espacio y tiempo. Vizcarro y León (2003) establecen que “… los objetivos que persigue la educación han cambiado de forma sustancial, … lo que supone un alejamiento de los procedimientos tradicionales de aprendizaje … para proporcionar un bagaje más versátil, adaptado a las demandas múltiples y cambiantes de las sociedades actuales…” (p. 17).
Al igual que en los demás ámbitos de la actividad humana, las TICs son un instrumento cada vez más indispensables en las instituciones educativas, lo que ha generado un nuevo paradigma educativo más personalizado, centrado en la actividad de los participantes, basado en el aprendizaje vitalicio y en la interacción ciberespacial, creando nuevos entornos virtuales de aprendizaje (EVA) sin las limitaciones de la enseñanza presencial, considerándose como una real solución a los problemas de capacitación continua. En tal sentido, las universidades, para ampliar su oferta educativa de acuerdo a la creciente demanda, han incorporado la instrucción virtual o en línea, que de acuerdo con lo señalado por Tancredo (2004), “ … se refiere a la puesta a disposición y administración de ambientes de aprendizaje en Internet, donde se hace uso de los recursos de comunicación –sincrónica y asincrónica- que provee la red de redes.” (p. 30)
La instrucción virtual se efectúa a través de los cursos en línea, como nuevo sistema de gestión educativa que permite el desarrollo de asignaturas o unidades curriculares mediante el soporte de la tecnología. El diseño de cada curso, debe plantear la evaluación de los aprendizajes como parte integral del mismo, con sus componentes específicos de valoración diagnóstica, formativa y sumativa. La evaluación como elemento sustancial del proceso enseñanza-aprendizaje, adquiere mayor relevancia en los curso en línea, en los que se requiere un desempeño más eficiente de la función orientadora y, en consecuencia, la aplicación de los aspectos humanísticos y de los principios éticos que fundamentan la praxis del facilitador.
En tal sentido, Florecin (2006) indica, en relación al rol y competencia del profesorado ante la tecnología informática, que “ … al desempeñarse el docente en un entorno tecnológico deberá ser, ante todo, una persona flexible, humana, capaz de acompañar a sus alumnos en este camino de crecimiento y aprendizaje que ellos realizan” (p. 62). El facilitador de los cursos en línea es un educador de adultos y como tal posee características propias en los ámbitos profesional, social, personal y docente, las cuales deben manifestarse fundamentalmente, en su rol de evaluador.
Al respecto, Romans y Viladot (2005) señalan que el facilitador debe ser una persona sensible, responsable, solidaria, que acepta y respeta a los seres humanos, cree en la educación como elemento indispensable en el crecimiento y desarrollo integral. Es cuidadoso de no imponer un método antiparticipativo, sino de escoger técnicas y estrategias que invitan a la participación. Mantiene actitudes de respeto, diálogo, comprensión y negociación, genera un clima de confianza para reforzar el valor de la solidaridad. Está abierto al diálogo y al entendimiento, evitando actuar como juez de las acciones de sus participantes. Un profesional con estas características ofrece a los estudiantes una praxis docente y especialmente evaluativa, ajustada a los parámetros éticos que son fundamentales en el ejercicio de esa función tan relevante en el proceso de instrucción

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