miércoles, 23 de noviembre de 2011

Teorías Éticas

Las interrogantes sobre la ética han tratado de ser respondidas de manera lógica por las teorías que la fundamentan. Así, existe una diversidad de teorías que han contribuido a la solución de los problemas morales que se han suscitado a través de la historia de la humanidad. Entre ellas se encuentran: la ética aristotélica y la ética kantiana, de las cuales se tomarán los aspectos más resaltantes a fin de que sirvan de sustento a la presente investigación.

Ética Aristotélica

Aristóteles nació en Estagira (Macedonia) en 384 a.c., por lo que también se le conoce como el “estagirita”. Según su criterio el fin del hombre es la eudaimonías, la vida buena, la felicidad. “La felicidad plena residiría pues, en el perfecto ejercicio de todas las capacidades que el hombre posea.” (Aranguren, 1997, p. 202). No obstante, la felicidad además de fin natural es también fin moral. El hombre, en tanto ser racional, debe actuar moralmente. Según Bilbeny (2000):

Aristóteles concluye que la filosofía moral no pertenece al saber teórico, sino al saber práctico (phronesis), en el que es esencial la madurez en la experiencia de las “acciones de la vida”, por una parte, y el poseer una “razón práctica y deliberadora” (lógos praktikos) para versar sobre ellas. El objeto de la ética es para Aristóteles la praxis… (p. 18).


La razón debe entenderse como una razón prudencial, que permite definir lo más conveniente para cada momento. En tal sentido, el prudente es:
1. La persona que sopesa las elecciones que hace, a fin de prever las repercusiones en el futuro.
2. Quien se propone fines buenos. No es prudente quien mediante sus acciones ocasiona algún tipo de daño, el prudente debe utilizar sus habilidades, aptitudes y conocimientos para fines buenos.
3. La persona que aplica los principios morales en cada caso particular.
4. Quien usa criterios de racionalidad para discernir qué deseos debe satisfacer.
5. Las personas que toman decisiones con un sentido de término medio, buscando el equilibrio entre el exceso y el defecto, como una opción hacia la perfección.
Así, Cortina citada por la UNA (2000), señala que según la ética aristotélica:

... hay moral porque los seres humanos buscan inevitablemente la felicidad, la dicha, y para alcanzar plenamente este objetivo necesitan de las orientaciones morales. Pero además nos proporciona criterios racionales para averiguar qué tipo de comportamientos, qué virtudes, en una palabra, qué tipo de carácter moral es el adecuado para tal fin. (p. 65).


La condición racional del ser humano implica un comportamiento acorde con principios éticos, que deriven en la asunción de compromisos y de responsabilidades para lograr su propio bienestar y el de las personas de su entorno, para Aristóteles se nos considera “buenos” o “malos” de acuerdo a lo que hacemos deliberadamente con nuestras vidas. (Bilbeny, 2000). La reflexión ética lleva implícito el conocimiento de la dimensión humana del hombre para propender a la realización del bien y de la felicidad. Según Camps (2000) “Para Aristóteles lo justo es lo igual y lo injusto lo desigual. Esa igualdad. Que no es sino el reconocimiento de unos mismos derechos para todos y de la obligación de todos y cada uno de respetarse mutuamente” (p.44). La justicia se fundamenta, entonces, en la igualdad y el respeto que debe existir entre las personas.


Ética Kantiana

Emmanuel Kant es originario de Königsberg, Prusia. Creó la doctrina moral denominada ética formal, la cual se fundamenta en la razón, “El hecho moral no lo muestra totalmente la experiencia, sino nuestra consciencia de obrar por leyes, es decir, nuestra razón pura (previa a la experiencia) en su uso práctico.” (Bilbeny, 2000, p. 25). Esta razón es la que nos indica la pauta para actuar, para ser personas auténticas. Según Kant, la persona es el sujeto racional y libre bajo las normas éticas. (Valenzuela, 2000). El individuo puede darse leyes a sí mismo, por lo que se trata de un ser autónomo, el objeto de la ética para Kant es la voluntad. (Bilbeny 2000). Las leyes son imperativos categóricos que lo realizan como humanos. Kant (2001) establece que:



La ley moral ha de ser estricta y enunciar las condiciones de la legitimidad. El hombre puede o no llevarla a cabo, pero la ley no ha de ser indulgente y acomodarse a la debilidad humana, pues contiene las normas de la perfección ética y ésta tiene que ser exacta y estricta. (p. 115)


La conducta del hombre debe ajustarse a lo que es moralmente necesario, a las reglas propuestas a priori por la ética. Pero esas orientaciones han de acatarse no por factores externos, por estar dentro de la legalidad, por temor a ser castigado o por que piensa sacar de el alguna consecuencia favorable, sino porque lo considera absolutamente debido. “La ética de Kant es un claro exponente de la naturaleza racional, autofundamentadora de la moralidad.” (Bilbeny, 2000, p.24). El hombre se comporta moralmente cuando está guiado por la buena voluntad. Los mandatos deben ser reconocidos en conciencia por la persona.
La obediencia de los imperativos demuestra respeto por sí mismo y por las otras personas. El individuo es libre en cuanto a su capacidad de decidir si las acciones son morales o inmorales, esa libertad le otorga autonomía, es decir le proporciona la posibilidad de conducirse según lo que le dicta su conciencia, en tal sentido, es valioso. Una persona que es autónoma y valiosa en sí misma, no tiene precio, no puede intercambiarse por nada. Kant, citado por la UNA (2000), lo expresa cuando dice:


En el reino de los fines todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene dignidad. La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional puede ser fin en sí mismo, porque sólo por ella es posible ser miembro legislador en el reino de los fines. Así pues, la moralidad y la humanidad, en cuanto que ésta es capaz de moralidad, es lo único que posee dignidad. (p. 71)


La autonomía, es la tesis básica del sistema ético de Kant, significa que la ley moral reside dentro de cada persona, sin imposiciones externas, significa que cada quien es la genera sus propios deberes morales, la autonomía o libertad es la condición de la moral de cada individuo. La responsabilidad de las conductas de las personas se asume en función de la libertad que haya tenido para proceder en un sentido determinado. De esta manera se establece que la cualidad humana más importante es la libertad. El poder de decisión que tienen los seres humanos conlleva a considerarlos como fines en sí mismos y no como medios. El individuo es entonces, alguien, una persona y no un objeto que puede ser comprado porque antes que precio posee dignidad. De acuerdo con Bilbeny (2000):

… el esquema del racionalismo Kantiano… exige o pone por condición que una norma o código de normas respete en toda ocasión al hombre como un fin en sí mismo (regla de la humanidad)… y condiciona cualquier norma en el respeto, sin excepción de la humana dignidad (regla de la autonomía de la voluntad). (p. 104)


Así lo establece Kant en su segunda forma del imperativo categórico en el que determina los deberes y obligaciones morales: “Actúa de tal manera que trates a la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca únicamente como un medio” (Kant, citado por Camps, p. 28). Se refiere a que los otros son personas al igual que tu y, por lo tanto, merecen ser tratados como tales y no como algo que esta a tu servicio. De esta manera se evidencia el reconocimiento teórico de la igualdad de los derechos y de la dignidad de todos.

Axiología

La ética está unida a la disciplina filosófica llamada axiología. Según su concepto etimológico: axios; valor y logos; estudio o tratado: la axiología estudia los valores. La ética analiza los valores morales, en tal sentido se apoya en la axiología, “(...) la ética descansa en la axiología, disciplina filosófica que trata de la naturaleza y sentido de lo valioso.” (Camps, Cortina y Goma, 2000, p. 299). El valor es un constructo que sirve de referencia para guiar las acciones humanas en una determinada dirección.
El hombre, a través de su historia, ha deseado siempre el valor y ha rechazado el contravalor. Lo bueno, lo justo, lo útil son valores que permiten vivir como personas y ayudan al mejor funcionamiento de la sociedad. Rodríguez (1995) refiere que:


... la vida humana sólo es propiamente vida humana en la medida en que organiza axiologicamente la conducta, la sociedad actual sometida a violentas transformaciones y a cambios traumáticos, necesita recuperar el sentido del bien y del mal, de lo bello y de lo horrendo, de lo procedente y de lo improcedente, o podemos considerar que necesitamos más ciencia en vez de una mayor dosis de solidaridad, de espíritu compartido. Las decisiones personales o colectivas son opciones de valor. (p. 10).


Todo ser humano, evidencia en cada uno de sus actos los valores que guían su proceder. En el contexto familiar, social, laboral o educativo se asumen comportamientos que son el resultado de la valoración que posee el individuo. En ese sentido, en la actualidad los cambios que se suscitan en la sociedad han originado una crisis de valores humanos, lo cual plantea la necesidad de buscar alternativas para configurar el modo de ser de las personas en un marco moral, que los oriente hacia la reflexión ética y el logro de un mundo mejor.
Así, la ética le corresponde afrontar la valoración moral, que consiste en asignarle valor a los actos humanos. Por lo tanto, se requiere encontrar criterios objetivos para comprender los fenómenos que deben ser valorados. En el ámbito educativo esa valoración tiene mayor significación, pues las acciones educativas causan efectos de gran repercusión moral, Camps (2000) dice: “Que la educación debe estar comprometida con unos valores éticos es una afirmación difícilmente discutible.” (p. 11). El educador, en cualquier nivel educativo, es un modelo a seguir, a partir del ejemplo que dé, se pueden valorar las actitudes de los estudiantes. Un profesor que no sea responsable no puede valorar la responsabilidad de los alumnos, igualmente no se puede solicitar a los estudiantes que actúen con justicia si el docente no la manifiesta en sus acciones, si en vez de establecer un ambiente de democracia y participación, actúa de manera autocrática, impositiva, sin considerar las necesidades, los intereses de los alumnos y sin tomar en cuenta sus opiniones.
Es evidente, que desde el punto de vista axiológico el docente, en su rol de evaluador, debe fundamentarse en los valores éticos que contribuyan a llevar el proceso en términos humanísticos. En tal sentido, se requiere que propicie una evaluación en sentido horizontal, esto es, que todos los involucrados en el proceso y, especialmente los alumnos, se ubiquen en la situación de protagonizar su aprendizaje y consecuentemente, se les brinde la posibilidad de asumir un papel activo en la evaluación de su aprendizaje. Para ello, el docente debe adoptar una postura democrática, en la que los estudiantes no se dejen al margen de los juicios y decisiones que se tomen, sino que, como individuos que analizan, critican, discriminan y juzgan; formen parte y estén conscientes de la valorización que se le hace a su actuación. Carl Rogers promueve la “educación democrática” centrada en la persona, que le confiere la responsabilidad de la educación al alumno. Igualmente, Camilloni, Celman y Palou (1998) establecen que:

… el profesor que adopta una concepción democrática de la evaluación prioriza a los alumnos –sin descartar absolutamente a otros- como los primeros sujetos con derecho a participar en los procesos relacionados con su aprendizaje y, por ende, también a conocer la información en torno de él. (p. 62).

A través de la democracia, se promueve la participación y la igualdad. Los alumnos pueden intervenir en las mismas condiciones y con los mismos derechos en todos los aspectos que conforman su proceso de evaluación. Según Camps (2000) “… el derecho a la igualdad significa, indiscutiblemente,…, el derecho a no sufrir discriminaciones”. (p.18). Por otra parte, Ander-Egg (1999) indica que: “… las posibilidades de una participación activa sólo se puede dar en el contexto de una relación dialógica”. (p. 87). La participación de los estudiantes, se fundamenta en el diálogo, en la discusión y reflexión compartida que garanticen el intercambio de opiniones y puntos de vista, a fin de consensuar la ejecución de las actividades y la toma de decisiones, de manera tal que se asegure un nivel aceptable de justicia y democracia. Para Santos Guerra (2000):

Los evaluadores han de hacer viable el diálogo desde actitudes abiertas, sencillas, tolerantes y comprensivas. Asimismo, han de buscar las condiciones (tiempo, espacio, explicaciones, garantías…) en que ese diálogo pueda desarrollarse adecuadamente y han de cumplir unos requisitos éticos que garanticen el respeto a las personas… (p.55).


Se pone de manifiesto aquí, que el proceso de evaluación, como actividad que se realiza entre seres humanos, lleva implícito una serie de valores éticos que no se pueden obviar en su ejecución. Otro de esos valores fundamentales es la tolerancia. Para Rodríguez y otros (1998) “La tolerancia supone el respeto a todo ese mundo propio de cada individuo en todo aquello que constituye la realización de su ser.” (p. 99). Tolerar es aceptar, respetar y comprender, el comportamiento, las actitudes y las necesidades de los alumnos, generados por las situaciones y/o condiciones en que se encuentran en momentos determinados. Esto conduce también, a ser solidarios y brindarles apoyo en los momentos que lo requieran, significa además, cooperar y ayudar. Rodríguez (1998) refiere que: “… el hombre es un ser que se supera a sí mismo desde el momento en que es capaz de trascender su propia seguridad para procurar el bien del otro.” (p. 100).
La relevancia del ejercicio de la profesión docente, exige que el profesor coloque en primera instancia el bienestar del alumno. La virtud humanista que caracteriza a esa profesión, lo conduce a realizar una praxis evaluativa que ponga de manifiesto su dedicación, honestidad, integridad, así como su sentido de justicia y de equidad. Perdomo (2001) señala que: “… la honestidad implica no utilizar tu posición de profesor para sacar cualquier tipo de provecho personal a costa de tus alumnos.” (p. 62). Igualmente se refleja la honestidad y la integridad, cuando se evalúa sin desvirtuar los verdaderos resultados y estos se usan con el propósito de elevar el nivel académico, personal y espiritual de los estudiantes, otorgándole a cada uno lo que realmente le corresponde, es decir, con justicia y equidad. Para Camps (2000): “Justicia significa, básicamente, igualdad y libertad, pero también ser justo es ser tolerante, pacífico o reconocer la dignidad fundamental de cualquier vida humana.” (p. 107).
En el desempeño de la profesión docente, especialmente en el rol de evaluador, es indispensable que se incorporen los valores axiológicos que orienten la conducción del proceso de evaluación en términos de respeto de los derechos humanos que tienen los estudiantes y esto lo debe reflejar el profesor no desde la óptica de la teoría, de lo que predica o aconseja sino, desde su quehacer diario, desde su comportamiento, que es el espejo de su sentido ético.

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